El Psicoanálisis se trabaja

El psicoanálisis parte de una premisa fundamental: cada sujeto es singular. No hay dos historias

iguales, ni dos modos idénticos de padecer o desear. Por eso, Freud afirmaba que "donde el psicoanálisis se ocupa del individuo, lo hace en lo que tiene de más particular". La experiencia humana no puede reducirse a una norma o a un diagnóstico; se trata siempre de una historia irrepetible, hecha de encuentros, pérdidas y marcas que dejaron huella en el cuerpo y en el decir. Desde esa singularidad, el lugar del analizante no es el de un receptor pasivo de saber. Muy por el contrario, es quien trabaja activamente para construir su propia verdad.

El analista no enseña ni aconseja, sino que sostiene un espacio donde el sujeto pueda escuchar lo que dice, incluso más allá de lo que cree decir. Ese trabajo no es lineal ni acumulativo; su movimiento es dialéctico.

Cada sesión es un vaivén entre lo que el sujeto dice y lo que el inconsciente deja entrever; entre el sentido y lo que escapa al sentido. En esa tensión, el saber no se revela de una vez, sino que se construye como resultado de un proceso de elaboración, un trabajo que implica retorno, repetición y transformación.

Freud lo anticipaba en Recordar, repetir y reelaborar (1914): "El trabajo de análisis consiste en vencer las resistencias por medio de la repetición, hasta que el pasado se haga presente y pueda ser recordado".

Así, la cura se dirige no hacia una adaptación ni hacia un ideal de normalidad, sino hacia la posibilidad de asumir la propia verdad, aquella que se construye en el decir. La dirección de la cura, en este sentido, es dialéctica porque no impone una verdad, sino que acompaña al sujeto a producirla en su singularidad.

Como diría Lacan: "La verdad no se dice toda, pero en el análisis se la trabaja".